Por Awe O. Nao

Conocidos los resultados de las elecciones primarias de este invierno, que culminaron con la unción de la candidata del Partido Comunista como carta presidencial del oficialismo, no sería extraño que se volvieran a atizar las ascuas de hace medio siglo. ¿Por qué habría de resultar extraño que izquierdas y derechas vuelvan a encontrarse de frente en un escenario parecido, en circunstancias de que el mundo mediático de hoy es muy diferente al mundo en blanco y negro de los setenta?

Con todo –en el extremo derecho del espectro– los que observaron con no poca envidia y a prudente distancia el triunfo de la militante comunista, debido a su decisión de no acometer una contienda similar al interior de sus filas, de inmediato saltaron al ruedo para dar inicio a una campaña comunicacional anticomunista, con más sombras que luces, cuyo fin ulterior es uno solo: atemorizar al aún indeciso electorado para que no apoye a Jeannette Jara como carta presidencial en noviembre próximo.

El 22 de octubre de 1970, dos días antes de que el Congreso Pleno ratificara a Salvador Allende como Presidente electo, un comando terrorista atentó contra la vida del comandante en jefe del Ejército René Schneider, quien murió el 25 de octubre, es decir, un día después de que el Congreso Nacional desoyera la “advertencia” enviada a través de ese atentado por el gobierno de Estados Unidos para impedir, en plena Guerra Fría, que un socialista llegara al poder en el patio trasero del capitalismo.

¿Será posible que ese desquiciamiento se repita 55 años después?, ¿otra vez estarán dispuestas sobre el tablero las mismas piezas de 1970 para desatar el pánico de una repetición histórica? Si bien es cierto, el ethos de la Guerra Fría cambió para agregar un nuevo actor clave, como es la República Popular China –que irrumpe como contrapeso económico entre las dos potencias que marcaron el siglo XX–, la tentación del energúmeno que hoy habita la Casa Blanca es una amenaza latente. ¿La dupla Trump-Rubio podría desempolvar los malévolos planes de su antecesora Nixon-Kissinger para cerrarle el paso a Jeannette Jara hacia La Monda?

Dicen que el zorro pierde el pelo, nunca las mañas. Por ello, habría que sospechar del zorro de Washington, el que, independiente de su nombre y aspecto, de su signo y de sus intereses, sigue siendo un zorro mañoso, dispuesto a comerse a la caperucita roja nacida el 29 de junio.

Según el investigador norteamericano Peter Kornbluh, la “doctrina Schneider”, que abogaba por la defensa constitucional a la transición del poder en Chile en ese decisivo año de 1970, se hacía efectiva a través de la no intervención de las Fuerzas Armadas en las elecciones de septiembre, respetando su resultado. Razón suficiente para asesinar al comandante en jefe del Ejército, único óbice para que la funesta dupla Nixon-Kissinger metiera la cola, culpando, de paso, a la izquierda chilena del magnicidio, de manera de darle sentido al temido demonio marxista que aparecía en el horizonte revolucionario y upeliento.

Qué curioso cómo la historia siempre se encarga de articular ciertas coincidencias, jugueteando con las imágenes del pasado y del presente, como en la baraja. En pleno estallido social, el Presidente Piñera aseguró que Chile estaba en guerra contra un enemigo poderoso, aseveración que el entonces futuro comandante en jefe del Ejército relativizó: “Yo soy un hombre feliz, la verdad es que no estoy en guerra con nadie”, dijo al ser consultado a pocos días de las palabras del exmandatario. Los dichos del general Javier Iturriaga, por qué no decirlo, caben dentro de la “doctrina Schneider”; es decir, el Ejército de hoy no está disponible para asonadas golpistas como las de los setenta.

Constatado el triunfo de Jara en las primarias, ¿por qué habría que descartar de plano acciones violentas en su contra o de otras personalidades de parte del fundamentalismo pinochetista con fines similares a los de 1970? Dicha aprensión se funda en la incapacidad intelectual de ese sector de neutralizar a la candidata a través de un discurso distinto a la mera descalificación personal y política; ser mujer y comunista parecieran ser motivos suficientes para resignificarla como incapaz y digna de temer.

Lo civilizado y, por tanto, esperable, es que en un mundo pos Guerra Fría las cosas se resuelvan de otra forma, no a balazos ni bombazos como en la Franja de Gaza o en Ucrania, ni tampoco provocando a los militares chilenos lanzando trigo a la entrada de sus cuarteles; tampoco achicando el Estado sin proponer alternativas racionales. No por cerrar el Ministerio de la Mujer ni por hacer desaparecer, ¡vaya paradoja!, el Institutito Nacional de Derechos Humanos se consigue crecimiento y desarrollo.

¿Acaso las cartas presidenciales de la derecha no tienen otros argumentos que no sean la denostación política y la amenaza de un nuevo golpe de Estado?, ¿será acaso que sus líderes solo miran a los cuarteles esperanzados en que el poder de los rifles podría liberarlos de una nueva aventura bolchevique? Que los vencedores utilicen su oportunidad para demostrar que son todo menos lo que andan diciendo de ellos: no comen guaguas ni pretenden estatizarlo todo; tampoco se convertirán en las ovejas sudacas de Xi Jinping.